miércoles, diciembre 22, 2010

Deriva universal.


Vivo entre planetas,
entre cometas que se estrellan y mueren,
en un mundo que aspira a morir joven,
en una ciudad cuyos habitantes no la habitan,
que solo la pisan.

Vivo, gracias al aire, a la capa de ozono,
a la luz que me despierta cada mañana,
y que cada noche nos sumerge en el misterio.

Vivo ahora y aquí.
Vivo con ellos, rodeada de los otros,
que aspiran a ser algo más que parásitos del mundo.

Vivimos por algo nuevo.
Y vivimos gracias a algo viejo.
Somos fruto del delirio, de la misma vida,
de una risa, una copa o no tan simples sinapsis.

Fruto de la esperanza de dejar una huella,
y, sin cambiar de objetivo, intentamos dejar la nuestra.

Buscamos que se nos recuerde,
o buscamos vivir de algún modo para siempre.

Vivimos en una paradoja de vida,
en la que nuestros deseos no se cumplen
hasta un momento antes de nuestro último destino,
hasta un momento antes de cumplirse
el menos anhelado de nuestros deseos.

sábado, noviembre 13, 2010

Alguien me contó...


Alguien dijo un vez que odiaba cuando al empezar una historia, un discurso, o cualquier otro tipo de literatura, la primera frase fuera: "Alguien dijo una vez..." como si lo que ese alguien dijo aquella vez fuera más importante que lo que el propio escritor tenía que decir.
La persona que dijo aquello reconocía que le daba cierto dramatismo al texto, algo de actitud y mucho fundamento. Y reconocía que el efecto nostálgico que se creaba de la nada, le encantaba. 
Lo que esa persona odiaba era más bien el hecho de que siempre parecemos más que dispuestos a olvidar nuestra propia voz y a escondernos tras las palabras de otros.

Cualquier tiempo pasado fue mejor.

Digamos que nos vamos al psicólogo. Sí, vamos al psicólogo porque estamos muy muy estresados. Y nada más entrar por la puerta nos mira... y nos remira... y nos remira... Y nos cohibimos.
-Sentaos, por favor.
Y nos damos cuenta de que el maldito psicólogo solo mira el reloj. Y miramos nuestro Casio (por casualidades, todos tenemos uno) y vemos que ya han pasado diez minutos desde la hora prevista. Al parecer, el café que el doctor había pedido estaba demasiado caliente.
Descubrimos que el sillón es muy cómodo y que ya han pasado quince minutos. Seguimos callados. Nos miramos la punta de los pies (por casualidades, todos llevamos Converse). Y pasa el tiempo.
El doctor nos remira. Y ya han pasado veinte minutos de la hora programada cuando nos impulsa a hablar.
-Lo que nos aflige, doctor, es que nos ahogamos.
Nos mira, apunta algo en su libreta (sospechamos que nos caricaturiza colgados de una horca), y nos contesta.
-Estáis en un curso asfixiante.
Empezamos en voz alta a repetir el horario  ya aprendido de nuestras clases, de los exámenes, de todos los trabajos. El psicólogo nos mira y apunta algo (sospechamos que nos caricaturiza ahogándonos en una bañera).
-Es la hora.
Nos corta el doctor.
Nos cobra. Ya hemos hablado, y ahora nos ha cobrado. Mano de santo. Mejor que una tila.

Gracias, doctor, acabamos de pagarte por suspender nuestro examen de mañana.